SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

Un inconveniente teórico y práctico: el hecho de no partir de cero.-

Esta “separación” del trabajador respecto al conocimiento técnico del conjunto productivo (empresa) en que trabaja, va unida a la que se refiere a las relaciones exteriores del mismo. El trabajador desconoce cómo se seleccionan y mantienen los proveedores de la misma (de la empresa).

Este proceso de “separación” del trabajador respecto a los medios de trabajo que utiliza, tiene, como vemos, dos vertientes, dos lados.

De una parte, y como fundamento del que se arranca, está la propiedad de los mismos.

Por otra parte, está el funcionamiento de los mismos, o sea, la capacidad de dirigir técnicamente su actividad.

El primer aspecto, se presenta actualmente, como más asequible, con menos problemas, al menos teóricos, para ser contemplado como objetivo por el socialismo. Montar empresas, propiedad de los mismos trabajadores, cooperativas de producción, por ejemplo, no representa hoy ningún problema teórico especial. Y en la práctica, según se está demostrando, no hay obstáculos que aparezcan  como insalvables. Si éste es el camino del socialismo, se presenta realmente practicable para los trabajadores.

El segundo aspecto es mucho más peliagudo. Y el problema consiste, seguramente, en que no se parte de cero.

Lenin, cuando pensó en las cooperativas, casi partía de cero.
La producción agrícola rusa estaba prácticamente en manos de los campesinos medios y los pequeños campesinos. Se trataba, por tanto, de procesos de trabajo individuales, a partir de los cuales se habían de montar procesos de trabajo colectivos. Realmente se partía de cero. Pero se partía de cero en el sector agrícola. En el sector industrial ya existía un precedente de socialización del trabajo. No era una colectivización de la propiedad, sino del trabajo. Por eso le hemos llamado una socialización.

Ese precedente lo habían llevado a cabo los capitalistas, particularmente los capitalistas ingleses.

Estos capitalistas habían montado procesos de trabajo colectivos, partiendo de procesos de trabajo individuales, y bajo el paraguas de un solo propietario.

Para copiar ese precedente, Lenin no tenía que salir de su país, puesto que ya disponían allí de una producción industrial capitalista, aunque todavía bastante limitada.

La gran colectivización la llevó a cabo Stalin, y copiando el modelo de socialización capitalista. Es decir, no partió de cero, copió un modelo. Y ese sería, ahora en nuestro país, en Europa, el problema. Que tenemos un modelo a seguir: la empresa capitalista.

Si no tuviéramos ese modelo ya existente, el problema se plantearía, como se planteó a Lenin: ¿cómo se montan procesos de trabajo colectivos, partiendo de procesos de trabajo individuales llevados a cabo por trabajadores propietarios de sus medios de trabajo?

El resultado, en teoría, lo conocía Lenin por haberlo recogido de sus lecturas de Marx y Engels: la asociación voluntaria de productores, de que hablaban estos autores.

Pero, ¿eso cómo se hace? Hasta ahora no lo ha hecho nadie. Se parte, por lo tanto, de cero.

Cuando cinco trabajadores de la construcción montan ahora una cooperativa de trabajos de albañilería, tanto los medios de trabajo (su técnica, sus precios), como las condiciones de los pagos con acreedores y clientes, todo lo que rodea a su trabajo está pensado y calculado para que lo realice una empresa capitalista.

Por lo tanto, en la práctica, estos albañiles van a funcionar como si fuesen una empresa capitalista, con la diferencia de que no tienen empresario que se lleve la ganancia, y esto es esencial, pero, en principio no cambia su modo de trabajar.

Su cooperativa es una gota de agua socialista en un océano capitalista

 

La práctica lo cambiará todo.
Así ocurrió con el capitalismo. Los capitalistas empezaron penetrando toda la producción, y a partir de ella, modelando y cambiando todas las instituciones en el sentido de sus intereses.

La punta de la lanza de su avance ha sido la remoción del antiguo orden del trabajo buscando la mayor ganancia a través del continuo crecimiento de la productividad.

Este enorme crecimiento de la productividad ha preparado el terreno para que ahora los trabajadores puedan remover todo el orden productivo dirigido por el capital.

La punta de lanza del orden socialista puede ser la recuperación de la dirección de la producción, a través de la propiedad de los medios de trabajo, y a partir de ahí modelar todas las instituciones para la defensa de este nuevo orden del trabajo.

Los capitalistas se lanzaron a organizar el nuevo proceso de trabajo, sin tener los conocimientos técnicos ni organizativos, que solo con la práctica fueron adquiriendo.

La primera organización de un simple taller de manufactura, se diferenciaba muy poco de un taller artesano de la misma especialidad.

Las tres palancas de que hemos hablado (cooperación, tecnología, y el empleo de nuevas energías), es ya obra, no de un capitalista, ni del conjunto de los capitalistas, sino del nuevo trabajador colectivo espoleado por ese objetivo único del capitalista, la obtención de ganancia.

El trabajador colectivo, no es ya un grupo de trabajadores,  es un único trabajador que ha afinado todas sus habilidades y todas sus capacidades, al repartir las funciones entre los más dotados para cada una de ellas, y reunir luego, combinándolas, todas ellas en la concreción del producto.

Este nuevo trabajador, con mil ojos, mil oídos, mil manos, con la reunión de las inteligencias y los talentos más dotados, ya no pertenecen al mundo de los trabajadores; los trabajadores tratan uno a uno con el empresario, y uno a uno, los trabajadores no valen nada. La potencia de este trabajador colectivo pertenece al empresario, se ha apropiado su alma.

De esta forma, la inteligencia, la creatividad, la ciencia, la iniciativa, la facultad emprendedora, son virtudes del capital.

Esta apropiación por parte del capital de todas las virtudes del trabajo en cooperación, tiene como base, como punto de arranque, la propiedad de los medios de trabajo. Pero con el desarrollo de ese proceso colectivo de trabajo, a la vez que el propietario moldeaba cada pieza, cada máquina, cada tarea, cada trabajador, para obtener la máxima ganancia, le iba dando una forma a todo el aparato, a toda la organización, de tal manera que la responsabilidad, el conocimiento, la decisión iba subiendo como en una pirámide; en la parte alta, el empresario y su equipo, se hacían con toda la sabiduría, el mando y la decisión, quedando en el resto de la pirámide los simples trabajos de pura ejecución.

El trabajador colectivo es excelente, sabio, creativo, preciso, duro, flexible. Pero la cabeza, el cerebro, de este cuerpo excelente son el empresario y su equipo. El resto es excelente porque lo guía el cerebro.

Este aparato productivo, ordenado en su aspecto técnico y la jerarquización (ordenación y distribución de tareas) y coordinación de las tareas, por el empresario y sus encargados (o ejecutivos), con la único fin de obtener la mayor ganancia posible; este aparato, es el modelo que se signe cuando se monta una cooperativa. Entre otras razones, porque es el único modelo productivo que ha quedado, después de desechar el  modelo comunista ruso.

Como el modelo está muy bien programado, en cuanto arranca a funcionar la cooperativa, aparece la pirámide; el cerebro se coloca en su espacio, y el resto del cuerpo, se acomoda. Y al cabo de tres o cuatro ejercicios, aparece la ganancia

 

Es normal. Así es como se ha aprendido a trabajar. No se puede improvisar un nuevo modelo. En la historia del trabajo, los cambios de modelo han sido siempre lentos.

El trabajo, en sí, antes de organizarse, antes de ni siquiera pensar en que se estaba trabajando, se confundía con las demás actividades de la vida. Los jóvenes aprendían a vivir. Cazaban o recogían frutos para comer, sin que eso les supusiera una actividad separada del resto de su vida ordinaria.

A partir de que, el mejor conocimiento del medio que le rodeaba, permitió al hombre cultivar las semillas y recolectarlas, así como criar a los animales, para su aprovechamiento como alimentos; permitió; al mismo tiempo, la posibilidad técnica, de que el trabajo de un individuo produjese más allá de lo necesario para su reproducción. Es decir, apareció como posibilidad (puesto que en numerosos sitios del mundo no ha ocurrido así), el hecho de que un grupo de hombres viviera del producto del trabajo de otros hombres.

A nosotros, los individuos de nuestro siglo, nos ha aparecido esta situación como normal, puesto que en los siglos anteriores también era así. Lo que se llamaba la aristocracia (marqueses, condes, duques), y los miembros de la Iglesia, siempre han vivido del trabajo ajeno, y nunca han participado en los trabajos de la producción.

Esta es la Europa que llegó casi hasta nosotros.

Los trabajadores producían más de lo que consumían, y el excedente (así lo llaman los estudiosos), se lo apropian estos zánganos.

Con lo que se ha llamado la revolución industrial, el panorama cambió, en el sentido de que aparece en el escenario del trabajo un nuevo personaje, que para, lo que aquí nos interesa, desempeña en la producción dos tareas importantes.

De una parte, se encarga de dar una nueva organización al trabajo. Ya hemos visto en qué consiste.

De otra, toma a su cargo la recolección de todo el excedente producido por los trabajadores y lo reparte entre las instituciones, los rentistas, los comerciantes, los Bancos, etc.

La función primera es la que nos interesa.

Hasta  este momento, la organización técnica del trabajo, descansaba en el aprendizaje directo en el caso de los campesinos  (los nuevos aprendían de los mayores), y de los gremios, en el caso de los oficios ( carpinteros, herreros, tejeros, sastres, etc.). Esta regulación, como se ve, era cosa entre trabajadores. Los maestros y oficiales, enseñaban a los aprendices.

En todos los casos, como podemos apreciar, se trataba de procesos de trabajo individuales, en los que, cuando mucho, intervenían un maestro y su ayudante, y normalmente un solo trabajador. O muchos al mismo tiempo, pero todos haciendo el mismo trabajo (segadores). Este último sería el caso de la cooperación simple.

Cuando aparece la cooperación compleja, significa que se está dando el salto del proceso de trabajo individual al colectivo. Se está pasando de la producción limitada por las condiciones materiales del individuo humano como trabajador único en el proceso, al aprovechamiento combinado de las distintas facultades de muchos trabajadores en un solo proceso. Se está pasando del uso de varias herramientas, una detrás de otra, por el mismo trabajador (carpintero que maneja martillo, cepillo, garlopa, lijador, sierra, lima, etc.), al uso especializado de cada herramienta por un solo, siempre el mismo, trabajador. Y se está pasando de aplicar a la herramienta la fuerza física del trabajador, a utilizar la fuerza eléctrica, el vapor de agua, los derivados del petróleo.

Todos estos elementos permiten una serie de combinaciones en su utilización conjunta, que disparan el crecimiento de la productividad, lo que permite una reproducción ampliada, un crecimiento de la producción, que trastoca, a su vez, los propios puntos de partida.

Este importante proceso no lo han dirigido los trabajadores, siendo así que se trataba de organizar el trabajo. No había, en todo el proceso, un solo elemento utilizado, que no fuese el trabajo vivo, o un producto del trabajo vivo. Incluso el trabajo de las instituciones, también era puro trabajo vivo (soldados, oficiales, funcionarios, curas), o trabajo materializado (armas, libros, cuarteles, iglesias). Pero la dirección no era de los trabajadores.

Seguramente, éste es el arranque teórico del socialismo.

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